El Chorrillo, 27 de marzo de 2017
Hace un rato ha empezado a cantar
en los olmos de nuestra parcela el ruiseñor de todas las primaveras. Este
trovador incansable, de rodillas día y noche con su canto en el momento más apoteósico
de su enamoramiento ante el balcón de su amada, es el visitante más estimado del entorno de mi
choza, pese a que en las noches de especial arranque amoroso me obligue a ponerme
los tapones de cera para poder conciliar el sueño. Esas primeras noches en que
su pequeño cuerpo, arrobado por el reciente impulso que la primavera inyecta en
sus neuronas, su canto, siempre hermoso, es tan penetrante y tan continuado que
uno, como sucede a veces con las dilatadas sinfonías de Bruckner, termina por
llegar un punto en que desee que aquello termine de una vez porque ni los
cantos más bellos, ni paralelamente los orgasmos, por ejemplo, están hechos
para que duren en exceso. El umbral del placer tiene sus límites.
¿Por qué, cómo, de qué manera
viene este pájaro a despertar tan repentinamente entre los primeros brotes
verdes de los olmos? Sí, todo el mundo sabe que la primavera la sangre altera,
pero eso no aclara los interrogantes. Ayer me desperté tan tristón que me dio
por escribir un poema. Bueno, pues otro interrogante más. Podríamos decir que
todo en la vida tiene sus biorritmos, sus altibajos, un meandro aquí, un rápido
allá, una cascadita más adelante, un remanso donde sestear por una temporada,
pero ello no añade una pizca de razón al asunto. ¡Ah, ya está, sucede porque
sucede; no hay más! A veces es la única explicación que uno encuentra para un
puñado de cosas. ¿Por qué hoy te despertaste triste o con una erección a medio
camino, o contento como unas castañuelas? ¿Por qué el ruiseñor se pone de repente
a cantar como un descosido? ¿Por qué de repente se te enciende una luz por
dentro y necesitas un boli a toda prisa para escribir un poema que si tardas un
minuto más en bosquejar se te esfumará en el laberinto de la memoria? ¿Por qué
este placer de dormitar tras la siesta o ese gozo que te sube por dentro cuando
en medio de una larga ascensión te sientes fuerte como un toro?
Esto en cuanto a las realidades más plausibles, las que forman uña y carne con la persona. Pero hay otras realidades. Estos días me baño en la sabiduría
de un libro cuya referencia me proporcionó el muro de Fernando Ruiz; Yuval Noah
Harari es el nombre del autor y Sapiens el
titulo del libro. Pues bien, por ahí ando buscando entre sus páginas
explicación a muchos asuntos, una especie de pesca o safari a ver qué pillo
entre las aguas o entre la intrincada maleza de algunas realidades. A mi me
gustaría tener a un sabio a mano al que pudiera recurrir de continuo para que
me echaran una mano con estas cosas. Confieso que a menudo tengo una debilidad
por los porqués, más o menos como esos chiquillos a los que años atrás daba
clase y que un día sí y otro también te sorprendían con un por qué la Luna no
se cae o cómo se las apañan los australianos para andar cabeza abajo. De
momento ya se me han aclarado un buen puñado de interrogantes que tienen que ver con otra realidad más moderna en la cadena de la evolución del homo sapiens, me refiero al orden imaginado del que habla Harari, un mundo que sin poder ser tocado con los dedos de la mano se nos impone a veces de una manera maldita. Por ejemplo, he
descubierto que el dinero, las leyes, las religiones, la moral, nuestra propensión a no ir desnudos por la calle, vestir corbata, la monarquía, los
nacionalismos y un buen saco de cosas más son todo elementos productos de la
imaginación cuya existencia no va más allá de los límites del cráneo. Lo que sí
existe es la aceptación por parte de un grupo, sea este pequeño o a nivel
mundial, de un acuerdo sobre la viabilidad de estas imaginaciones. Así
acordamos, por ejemplo, que uno entre los otros homo sapiens puede convertirse
en jefe de la tribu y ser llamado rey; acordamos que un trozo de papel al que
llamamos dinero sirva para comprar un litro de leche o
los servicios de un abogado; damos por buena una ideología; acordamos que un
gilipollas cualquiera con millones de papeles de esos a los que llamamos dinero
es un tío importante que merece el respeto de todos aunque sea un
cabrón; acordamos etc. Un árbol existe porque está ahí y lo puedes tocar. Sin
embargo Dios existe porque algunos lo imaginaron, lo inventaron, porque
descubrieron que a través de ese invento podrían dominar a los otros, porque el
homo sapiens después de desarrollar la capacidad de razonar lo primero que
quiso es no morirse y para ello no tuvo mejor idea que inventarse un dios que
no sólo le evitarse la muerte sino que además le prolongara la vida en un
paraíso donde todo iba a ser un placer sin límites… por los siglos de lo
siglos: ahí es na.
Así pues, resulta que vivimos dos
tipos de realidades, una, la de carne y hueso, la que podemos tocar con la yema
de los dedos o sentir con parecido apremio como lo hace el ruiseñor esta tarde
en nuestra parcela cantando a su amada desde las ramas de los árboles, y otra,
producto de la imaginación, en la que se mezclan aspectos esenciales y útiles
para nuestra vida personal y social con otros que han servido para aglutinar a
los humanos en torno a una ideología, una religión, una nación, creando como
complemento una estructura social, política y religiosa en donde al tiempo de
inventar la propiedad privada y organizar al mundo y su gente han conseguido
encorsetar a la plebe, sus seguros servidores, sí, para uso y consumo de sus
excelencias, las del dinero, las de los gestores del cielo, las del poder
político. Una segunda realidad nada esperpéntica, que con el nombre de
neoliberalismo o alguno de sus afines prima en nuestros tiempo como el invento
más rentable de la historia de la humanidad.
El caso es que, pese a todo,
estamos en primavera y que como no sólo de pan vive el hombre, no es cosa de
amargarse la existencia con los derroteros de esa realidad inventada que nos
amenaza desde la creencia aceptada de que unos pocos, pongamos un cuatro, un
cinco por ciento de la población, tienen derecho a poseer el noventa y cinco
por ciento de la riqueza del planeta. A fin de cuentas, en un mundo en donde el
dinero son sólo unas cifras en algunos dispositivos informáticos de los bancos,
quizás un día nos podamos despertar con que estos bytes han sido borrados por
la fuerza magnética de alguna fuerza extraterrestre.
Si la imaginación ha inventado
miles de convenciones desde que el hombre tuvo uso de razón, quizás en el
futuro esa misma imaginación pueda crear otro mundo y otras convenciones que
nos liberen de lo psicópatas del dinero y del poder. Mientras tanto podemos
seguir escuchando a los ruiseñores, podemos seguir enamorándonos, soñando y
alimentando a cada momento la existencia con los pequeños porqués de la
naturaleza y de la vida.