El primer cuerpo de mujer que tocaron las yemas de tus dedos


El Chorrillo, 12 de febrero de 2017

Hoy me desperté pensando en escribir sobre mujeres, pero las noticias del día me jodieron una especie de inspiración virginal que llevaba mi memoria a recordar el temblor de cuando mis manos tocaron por primera vez un cuerpo de mujer. Tengo que quitarme la resaca que las noticias han dejado en mi cuerpo, pero no soy capaz de ello. El viento suena fuerte fuera de  mi choza, las ramas se agitan salvajemente como confabuladas para ahuyentar todo intento de apaciguamiento. Echo un vistazo a unas cortas anotaciones que hice antes de levantarme de la cama, pero al final de ellas me tropiezo con algo que añadí posteriormente en el tren de cercanías, algo que hablaba de la autodestrucción de Podemos, jodía insidia que me persigue desde temprano. Íbamos en el tren hacia el Congreso, a Vistalegre, cuando se me ocurrió abrir el periódico; una filtración al Diario.es había hecho saltar por lo aires nuestras ganas de asistir a tal Congreso. Nos bajamos en la primera estación y cogimos el primer tren de vuelta a casa.



Ahora trato de distanciarme, trato de recuperar esas primeras sensaciones de la mañana. No hace mucho, en un blog que escribo cuando me voy por ahí a caminar por el mundo, hablaba de cómo debería ser morirse algún día (Link). Allí la muerte me la imaginaba ovillado en el cuerpo de una amante. Contaba la historia de una hermosa ascensión en los Alpes en la que quedamos atrapados por una tormenta y que se saldó, tras pasar la noche en una grieta de un glaciar, abrazado a un cuerpo de mujer. Sucede que uno intenta comprender pequeñas parcelas de la realidad que le asedian o le han asediado durante toda la vida un día sí y otro también y ni por casualidad encuentra solución. Quizás la mujer sea el misterio más indescifrable por el que pueden trajinar los pensamientos del hombre. Cada vez que abres un libro o ves una película es casi imposible que, a los pocos minutos de empezar la película, pasar las hojas de los primeros capítulos, no tengamos delante ese misterio de hombres y mujeres mirándose, buscándose, deseándose, amándose. Ese deseo misterioso y oceánico que nos atrae a unos hacia otros, por más que uno quiera entenderlo o explicarlo es algo imposible de comprender. Desde Darwin es verdad que algo podemos explicar de esta atracción, pero resulta una explicación que en bruto podemos aceptar, podemos decir sí, esto pasa por esta o la otra razón; sin embargo, a la altura que estamos, después del recorrido de cientos de miles de años desde que bajamos de los árboles, nuestra razón sigue tropezando contra un muro de misterio cuando uno examina sus inclinaciones, sus deseos o sus fantasías. Pareciera que los brazos de una mujer, su regazo fuera el destino que uno deseara no sólo para los meses de gestación en el vientre de la madre sino también para alcanzar la plenitud como persona.

¿No sucede que toda la vida la pasemos soñando en femenino? ¿No es una gran mayoría de nuestro juego social un guiño al sexo opuesto? ¿Qué es todo ese empeño femenino de aparecer ellas guapas en todo momento, sino una manifestación que les lleva al encuentro de ese misterio que se nos cruza en el camino a cada instante? ¿Cuánta energía gastamos en estas inapreciables "tontunas" :-)?

A mí, que me da por aporrear el teléfono con los dedos a menudo, me sucede con alguna frecuencia que, sin comerlo ni beberlo y sin darme cuenta, se me cuele en la escritura un trozo de ternura, el perfume de un escote, la infinita suavidad de unas caderas; sí, tanto que a veces me paro y me pregunto, oye, tío, tú estás un poco chalado, ¿no? La verdad es que son cosas que no duelen, que si no tendría que ir al médico; por el contrario tratándose como se trata de asuntos tan agradables, lo que me queda, me digo, es seguir dándole vueltas a la manivela del organillo. El franquismo y los curas nos hicieron tan "castos" que terminamos creyéndonos durante décadas que nuestros más delicados y entrañables deseos eran materia para ir al infierno de cabeza.

Después está lo otro, el hecho de que las historias con mujeres vengan a terminar salvo raras excepciones en lo mismo. Eso también sería un gran misterio. Pero lo es más esa incomprensible desazón que tarde o temprano se agarra a los cuerpos y a las almas de los humanos cuando la llamita del deseo o la curiosidad prende en los sentidos. He leído en lugares diferentes que hay que tener cuidado con los misterios, que no es en modo alguno conveniente descifrar todos. Los misterios, lo nuevo nos arrastran, tiran de nosotros, nos mantienen en vilo, llegar a Ítaca, al final del camino no es ningún chollo. De ahí que el erotismo pueda llegar a consumarse en un arte cuando demora, juega con el deseo, retiene como buen gestor de nuestro gozo partículas de deseo tras las almenas.

En los alrededores de mi choza la oscuridad se ha hecho dueña del entorno. Llueve. Con los ojos cerrados recreo la imagen del primer cuerpo de mujer que las yemas de mis dedos acariciaron. Ahora me siento un poco más feliz que este mediodía.



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