El Chorrillo, 13 de febrero de 2017
Días atrás algunos compañeros de montaña del Facebook
rociaban sus perfiles con el aroma de los recuerdos, precisamente de una casi
legendaria ruta que con tanto entusiasmo recorríamos cada invierno en Semana Santa
hace ya unas décadas; tiempos de cuando éramos jóvenes y trajinar por Gredos,
hacer la integral del Circo, vivaquear junto a la Laguna Grande helada, subir
el estrecho corredor que llevaba a la cumbre del Almanzor, o trepar por la
pared del Perro que Fuma eran la materia de que estaban hechos nuestros sueños
cada fin de semana que se aproximaba. Hablaban con emoción de la Alta Ruta de
Gredos, una empresa señera que reunía a montañeros de toda España sobre la
cordal que lleva desde los altos de la Sierra del Valle, el puerto del Pico, la
Galana, el Circo de Gredos, hasta el valle de Bohoyo, el pequeño pueblo serrano
que nos recibía al final de los tres días de travesía con la hospitalidad de la
buena comida y el calor de haber cumplido un hermoso proyecto.
Mi memoria de aquella Alta Ruta está hecho de retales, aquí o allá un
recuerdo, una larga marcha por las lomas tras el puerto de El Pico, una noche
heladora sobre la dorsal anterior a la Galana en que el techo de la tienda había
condensado nuestra respiración convirtiéndolo en una plancha de hielo, una
delicada travesía bajo Los Campanarios después de haber dejado atrás Los
Galayos, un descenso con los esquís desde el Morezón por una pendiente de nieve
que para un pato del esquí como yo imponía un respeto considerable. Un día en
que el la hoya del Circo de Gredos se convirtió en un hervidero y en que era
necesario esquiar sin ropa y hacer tenderetes con bastones y esquíes buscando
un poco de sombra en el propio Circo cuando llegó la hora de la comida. Y a la
mañana siguiente, cuando la luna y un sol hundido todavía en levante pintaban
dos laderas, una pálida y amarillenta, otra de luz de amanecer, en medio de las cuales ascendíamos lentamente empujando nuestros
esquís sobre una nieve polvo tendida en la oscuridad con su tenue color rosado.
Las sombras devolviendo sus formas al paisaje incipiente que surgía de la noche
y el silencio, hurgando en los huesos junto al frío punzante de la madrugada. Las
piernas probando esas mañanas el sabor de las horas memorables, llana y
admirable simplicidad de ese mundo blanco, inhóspito y tan bello. Las pieles de
foca acariciando apenas la nieve con un ritmo preciso, siseante, matemático;
los bastones dibujando círculos alternativos junto al camino. Lejos, delante,
detrás, otros grupos que ascendían por el borde del alba. La fila alargándose
hasta perderse en los promontorios superiores de la Laguna Grande. Han
pasado muchos años desde aquello, pero con cuánto calor los retiene todavía la memoria.
Tras sobrepasar la Galana, ya con el sol rosando el manto blanco del delicado
paso del Belesar, donde a veces era conveniente colocar cuerdas fijas para
facilitar el paso, el callejón de los Lobos a la derecha, la fuente de Los
Serranos más abajo, el mundo se volvía más humano, teníamos enfrente el larguísimo
descenso de la garganta de Bohoyo, un valle blanco que pareciera perdido en algún
remoto rincón del mundo. Al final Bohoyo se convertía en una fiesta donde comer
un trucha tras otra alternada con largos sorbos de vino blanco era el placer de
las grandes ocasiones. Mi última Alta Ruta no acabó en borrachera de milagro. El
vino y las truchas me produjeron un bienestar tan reconfortante que me quedé
sopa nada más subir al autocar. Las murallas de Ávila se veían en la ventanilla
cuando desperté de mi modorra. Mi cuerpo era una cosa cálida y feliz mientras
las montañas nevadas iban quedando lejos.
Busco en viejos álbumes de fotos algún rastro de aquellos días. Sólo se
salvaron cuatro o cinco imágenes. En una aparece Gerardo Blázquez, en otra el
Pichón, Enrique del Pozo; también Manolo, Javier Mayayo, Pedro Díez, alguien de
quien no recuerdo el nombre. Alta Ruta de 1969, dicen los pies de foto. Los
rostros se confunden en la memoria.
Alta Ruta 1969. Pedro Díez, Javier Mayayo, Alberto de la Madrid, y ?
Alta Ruta 1969. Manolo
El Pichón (Enrique del Pozo). Alta Ruta 1969
Viejos tiempos...que nunca mueren y son el sostèn del presente y del futuro
ResponderEliminar¡bravo por este escrito y esas fotos! YO ha cima varias veces... y una como miembro organizador del Comité Castellano de Alta Montaña, si duda la mejor de todas, por la hicimos de tres días. Pero mi memoria tiene especial cariño a la primera, con bota de cuero y esquí de dos toneladas, jajajaja. Helena y yo fuimos los últimos en llegar a Bohoyo; Juan Lupión nos hizo una foto cuando caminábamos por las calles del pueblo, con dos bastones engarzados a modo de larga vara, agarrados cada uno a un extremo para que ella que no se me queda atrás. La pobre tuvo que ponerse las botas en el Refugio del Circo después de darlas con un martillo para quitarles el hielo de dentro... gracias por rescatar estos recuerdos
ResponderEliminarComo dice Ítaca... Viejos tiempos... con los que nos dormiremos algún día definitivamente. ¿Recordáis aquello de Neruda de confieso que he vivido; pues cosas así, pequeñas cosas si se quiere, son las que nos hacen sentirnos vivos. ¿O no?
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