El Chorrillo, 8 de mayo
de 2017
Escribir sobre temas controvertidos me ha deparado días atrás
lluvia de piedras en algún foro y algún que otro elogioso comentario, pero
sobre todo me ha ayudado a comprender mejor algunas cosas que surgieron
parloteando en las redes. Cómo escribir obliga a pensar, que decía el otro día Borrell
presentando su último libro Los Idus de
Octubre, voy a tratar de enterarme yo mismo de qué es lo que pienso. El
conocimiento de la realidad se presenta a veces como un laberinto donde reina tan
espesa niebla que hace difícil la orientación, especialmente porque uno tiene
que quitarse de continuo de encima ya sean prejuicios personales, ya sean
opiniones que, aupadas por los medios, generalmente más reaccionarios, han
logrado status de verdad en una numerosa audiencia. Desbrozar nuestros
prejuicios, las ideas que siempre hemos sustentado para mirarlas a la luz de un
claro de luna, puede obrar milagros en nuestro entendimiento. Días atrás
discutía con algunos compañeros de redes sobre el término coherencia que parece
invitaba a algunos a santificar de por vida las ideas que uno adquirió en la
temprana infancia, so pena de ser llamado chaquetero en caso contrario. Acaso
precisamente de lo que se trata es de pasar de continuo por la criba de nuestro
pensamiento un montón de esas verdades que se nos han enquistado en el cerebro
hasta el punto de que lleguemos a defenderlas cuando acaso ya nos hemos
olvidado de las razones que las sustentaban. Cambiar de chaqueta, como dicen
algunos, si ello implica llegar a conclusiones diferentes a las que teníamos en
un tiempo anterior, puede ser un ejercicio personal muy saludable.
El ejercicio que propongo hacerme tiene relación con la
manera en que lo que pensamos hoy, nuestra ideología, nuestra posición frente a
problemas sociales y políticos, se ha instalado en nuestro cerebro con la fe
ciega del devoto que, sin necesidad de recurrir a argumentos llega al
conocimiento de la verdad por vía de un "algo", que no sabemos todavía
en qué consiste, pero que nos vuelve feligreses incondicionales de verdades
inapelables. Algunos ejemplos para concretar. Así, Venezuela, ¿de dónde viene
esa fobia estomacal hacia los dirigentes de un país que vive una situación tan
lamentable como Venezuela? La explicación: ¿cuántos platos soperos hasta los
bordes de venezuelas nos han servido en el último año los medios, los políticos
de derechas, el sursuncorda?, ¿quiénes y con qué fines han saturado nuestros
oídos y nuestros ojos con una insidia propia de una vergonzosa sinvergonzonería?
Hasta sobre Melenchón ha llegado a caer el estigma de Venezuela. ¿Resultado?
Más de medio país, que no tiene tiempo de enterarse de lo que realmente sucede
en Venezuela, ya tiene en el cerebro un buen elemento para querellarse, por
ejemplo, contra Podemos, objeto final de toda esta campaña propagandística.
¿Quién piensa por nosotros?, preguntaba el otro día Alberto
Garzón en un tuit, cuando se planteaba la razón de que sepamos tanto sobre
Venezuela, a miles de kilómetros de España, y tan poco sobre Portugal.
A veces pueden acontecer hechos ilustrativos, por ejemplo en
estos días posicionarse por Macron o Le Pen se ha convertido en el deporte
favorito del status quo. Si no votas a Macron irás al infierno, con todo lo que
significa esa opción política. Ah, pero si lo haces por Le Pen ya eres un
neofascista condenado a la hoguera. Lo que parece cierto es que casi siempre
navegamos por la superficie de las cosas, leer artículos y ensayos a fondo es algo
que no se estila; lo que sí se estila es no pasar de los titulares (que con
frecuencia nada tienen que ver con el contenido) y darse por enterado; no tenemos
tiempo para profundizar ni en los asuntos ni en los conceptos ni en las ideas.
Por ejemplo, apuesto a que muy pocos en este país de los enemigos declarados de
Le Pen se leyó su programa. Yo probé días atrás y, haciendo de tripas corazón y
refrescando el francés que aprendí en el instituto, tuve la valentía de leerlo.
¿Resultado? Pues bueno, alguno se escandalizará de lo que digo, pero allí
encontré, de entre ciento cuarenta propuestas, muchas más de una cincuentena
por las que votaría con lo ojos cerrados, asuntos sociales, temas fiscales,
alguna cuestión económica que cualquier partido de izquierdas adoptaría. No es
para hacer una apología del programa de Le Pen, faltaría más, pero alumbra lo
que quiero decir desde el principio. Para nosotros hubiera sido más útil
discutir punto a punto el programa que tratarnos como gilipollas poniendo de
continuo tras las palabras de Le Pen los calificativos de xenófoba, fascista,
etc. No es intelectualmente correcto que nos relacionemos con las ideologías o
los programas de esta manera. El método huele a eso, a que alguien está
tratando de pensar por nosotros.
Los medios nos han rociado durante semanas con el agua
bendita que nos proteja de ese "neofascismo" y ahora todos estamos a
salvo del pecado. ¿Cómo se conforman nuestras ideas en el día a día de la
política? ¿Usando nuestra capacidad de análisis? ¡Ya!, unos pocos, posiblemente.
Me atrevo a afirmar que un porcentaje alto de lo que pensamos como nuestro no
es más que el resultado de las cosechas que recogemos día a día en los medios o
en el foro de nuestros compañeros de militancia o afines a "nuestras"
opciones políticas. En Guerra y paz, de Tolstoy, el autor recrea una situación que
ilustra lo que digo. Es una lectura antigua y lo recuerdo someramente; sucede
que en algún momento importante de la situación política en Rusia, los
periódicos dejan de salir, no recuerdo por qué causa. El alto mundo, los
cenobios, las reuniones sociales languidecen durante ese tiempo a falta del
parecer de esos pequeños grupos que llamamos creadores de opinión. Me atrevería
a decir que lo que hay detrás de muchas opiniones son las opiniones de tales
medios o tales periodistas o tales dirigentes políticos.
En estos días los de Sánchez demonizan a los de la Gusana
Díaz, los de ésta a los primeros, en otros momentos los de Iglesias y Echenique
a los de Errejón, la derecha francesa a los partidarios de Le Pen, ésta a... y
así indefinidamente. No son las ideas ni los argumentos los arietes de la
confrontación. Tantos envueltos en un estúpido juego en que entramos a
quemarropa posicionándonos y discutiendo como si de lo que se tratara fuera
siempre de meter goles en la portería del equipo contrario. Cuando uno ve estas
cosas se le ocurre que la manera en que este ambiente nos convierte a cada uno
en un soberano tonto el culo es lastimoso.
Si a todo esto añadimos a esos personajes que en las redes
sociales dogmatizan, estigmatizan, o se ríen cínicamente de todo tipo de personajes de la política con el solo ánimo
de hacer la gracia correspondiente blandiendo un cinismo y una ignorancia que
debe de hacer gracia a sus oyentes, el cuadro termina siendo penoso. Me
encuentro con frecuencia en las redes personajes tan lisonjeramente
reaccionarios que me admira que ellos mismos no se den cuenta del ridículo que
hacen cuando cómodamente sentados reparten aquí y allá sus "verdades de
cajón", esa gente que con la irresponsabilidad y la ignorancia propia de
los que están de vuelta de todo, cuando aún no han ido a ninguna parte (Antonio
Machado, dixit), dejando de continuo sus cagaditas en los facebooks y
similares.
Pocos entenderán lo que estás diciendo, muchos diran, Alberto estás abandonando tus ideales y te estás escorando al centro, te estás volviendo viejo y acomodándote. Pero yo estoy contigo, nunca ha habido tanta "información" y tan poco conocimiento. Los comentaristas, los tertulianos, y gran parte de la prensa, tienen la sabiduría de un océano.... Pero de un milímetro de profundidad.
ResponderEliminarBuen día.
Me admiran tus comentarios y es un honor para mí recibirlos de alguien con tan clara y ecuánime percepción de la realidad. Gracias.
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