Amor, Haneke, Sonata Primavera, Beethoven




El Chorrillo, 4 de mayo de 2017

Estaba en el sector norte de la parcela sentado, recostada la espalda en el tronco del arce que con el tiempo resultó ser una morera, contemplando las nubes cuando me sacó de mis pensamientos el timbre de la cancela. Solo como estaba en casa resultó un fastidio; un fastidio es cuando uno está en un trozo particular de mundo a donde el bienestar ha llegado inesperadamente en forma de nubes, un trozo de césped, árboles, la apacibilidad de la tarde entrando por los sentidos como si estuviera haciendo submarinismo entre los elementos que me rodeaban y algo o alguien viene a interrumpirle. Estaba muy cansado y el cansancio abría apaciguadoras vías de agua en mi interior inundándolo de serenidad. En fin, era el mensajero de Mrw que traía unos auriculares nuevos. El hechizo se había roto y decidí refugiarme en la cabaña y probarlos con alguna música. Elegí la Sonata Primavera de Beethoven, una partitura que me es muy cara desde hace décadas. Hacía mucho tiempo que no la oía; ahora me sentí transportado a paisajes muy diferentes, probablemente una calle en donde vivimos en Madrid recién casados, un pequeño pueblo de la cuenca minera de Asturias. ¿Dónde más esa música había llenado algún espacio encantado de mi pasado?, ¿qué soportes había recorrido, un viejo disco de vinilo, una cinta de cassette, el formato mp3 del ipod siempre sobre una versión de Yehudi Menuhin, ahora una de Sayaza Shoji en el socorrido Youtube? La música corriendo siempre a través del tiempo y del espacio, bajando obediente a comer a mi mano como un pajarillo cuando la solicito. Ahora mi tarde se llena del sonido de un violín y un piano y ellos y yo viajamos por el tiempo y por el espacio a la caza de viejas sensaciones que debieron de quedar dormidas en algún rincón de mi conciencia a la espera de ser despertadas por el encuentro de accidentales circunstancias.

Es el segundo día que encabezo mi escritura con la palabra “amor” con la intención de escribir algo relacionado con la película del mismo título de Haneke que tanto conturbó mi ánimo hace un par de noches. Coloco el título en el rincón superior izquierdo de la pantalla, me detengo y noto que por mi pensamiento transita una nube que me llama la atención; me subo a su estribo y me dejo llevar por ella y, de repente, contemplo que mis dedos se ponen a escribir sobre un asunto de política. Y no puedo remediarlo, abandono sin más a mis dos ancianos, que eran amantes de la música y que acababan de abandonar el auditorio donde un antiguo alumno de la protagonista interpretaba una obra para piano, y me sorprendo a mí mismo buscando en Youtube, Dios santo, qué disparate, unos vídeos de Alfonso Guerra. Media hora después he cabalgado en mi nube sobre escenarios de otros políticos, he escrito más de un millar de palabras y debo volver al título que en principio era Amor para cambiarlo por otro que rezará Sánchez, la Gusana Díaz, Iglesias, Alfonso Guerra…esa fauna. Ni yo mismo comprendo lo que pasa. Está claro que quien aquí escribe no soy yo, es algún duende que tuerce mi voluntad y hace la suya a su antojo. Hoy, que volví a escribir como título esa palabra: Amor, todavía no sé si se mantendrá cuando haya terminado estas líneas. El asunto me interesa, es profundo, apasionante, el amor cuando la vida se va acabando y se derrama como un cubo de agua por el suelo del hogar y no se sabe qué hacer con él; el amor lo impregna todo, un amor muy especial que no se deja agarrar por los absurdos cánones entre los que lo apresa la fanfarria de la modernidad, romántico, sexual, banal, ese que cuelga de todas las revistas del corazón.

El violín y el piano de la Sonata Primavera continúan conversando en mis oídos como dos amigos que se fueran de paseo por la vereda de alguna alameda junto a un río calmoso. Ahora el Youtube, listo él, ha concluido con Beethoven y sin que yo le diga nada me ofrece el Concierto nº 1 de Paganini interpretado por Sayaza Shoji. De repente el sosiego junto a la alameda se convierte en un nervioso trinar entre las ramas de los árboles que no cuadra del todo con el ambiente creado en este final de tarde. Así que vuelvo a buscar otro intérprete para mi Sonata Primavera, ah, bendito Youtube que lo tiene todo; ahora por Uto Ughi. De esta manera la primavera vuelve una y otra vez a mis oídos como una cantinela que no lograra alejarse de mis labios, esas canciones pegadizas que me persiguen mientras mis piernas devoran kilómetros a través de las montañas o los caminos de España con los ojos inundados de sol, de las nieves de los Pirineos o los Alpes, del azul del Mediterráneo, de los acantilados de la Muerte en Galicia, de los llanos de Castilla.


 Amor, la historia de una pareja de personas mayores que en un momento de sus vidas se encuentran con un hándicap; ella, que poco a poco va a ser llevada a una vida vegetativa sin salida; él, amoroso compañero de un matrimonio dedicado a la música y a las artes, condenando a la perplejidad de ver cómo la vida de su esposa se va deteriorando día a día hasta empujarlo a ayudarla a morir. Haneke es implacable, meticuloso, profundo, hurga con la punta del cuchillo en las heridas. Y bajo su tutela sentir, como esa viola que sólo unos pocos aficionados preparados logran rescatar entre la fanfarria de un concierto de muchas voces, en el fondo de unas aguas turbulentas y profundas, surgir la morosa voz de un amor inconfesado que recorre secuencia a secuencia la película con el infinito sosiego de quien en la vida ha llegado a comprender que su existencia no es otra cosa que la vida de/con ella, dos ríos que décadas atrás se juntaron y que ahora confundidas sus aguas unas con otras el protagonista no sabría identificar, saber quién es yo y quién tú, en la película aquella mujer que perdió la movilidad de la parte derecha de su cuerpo y que ahora poco a poco se extingue en medio del dolor. Un dolor que es de ella y de él. Contaba Unamuno en alguna parte que siendo él y su mujer muy mayores, en las noches de invierno encontraba en el calor de los pies de ella bajo las mantas el secreto placer del encuentro con la prolongación de uno mismo en el otro. Yo y el otro; los otros, la parte de nuestro yo donde descansamos.







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