Ueli Steck, cuando la magnífica inutilidad de la vida se hace poesía







El Chorrillo, 2 de mayo de 2017

Qué es lo vida, para qué sirve, qué hacer con ella, esta clase de cuestiones me son sugeridas esta mañana mientras recuerdo a Ueli Steck recientemene fallecido mientras escalaba el Nuptse en solitario para aclimatarse de cara al intento de completar la primera travesía Everest-Lhotse sin oxígeno, mientras me le imagino trepando a toda velocidad por algún corredor de hielo de la norte del Eiger. Siempre más allá, siempre una tarea más empeñativa por delante, siempre poniendo a prueba su cuerpo, su preparación física y mental, siempre en el filo de lo imposible tratando de explorar un terreno insólito en donde la velocidad, la soledad y el dominio de una técnica implacable son prerrogativas que sólo unos pocos seres humanos pueden ejercer. A Ueli Steck no le bastaba una ascensión difícil, tenía que encontrar la manera de superarse a sí mismo hasta lo inconcebible y la manera de hacerlo fue utilizar el tiempo y la ascensión en solitario como cómplices para un nuevo estilo de aventura.

Y una vez más, como un mantra a uno le llegan parecidas preguntas: ¿para qué la vida? ¿Cómo es que unos la llenan de sentido profundo desde una temprana juventud mientras que otros la desperdician en insulsas actividades? ¿Quién tiene razón? ¿Quién se ajusta más a la racionalidad del sentido común? ¿Esa cosa llamada racionalidad es con frecuencia una deformación de nuestra mente empeñada en dar sentido a todo lo que hacemos, cuando de hecho la racionalidad tantas veces aparece como concepto de segundo orden frente a lo que realmente mueve al individuo, sus afanes, el deseo, la necesidad arraigada en nuestro ADN de la acción, de concluir algo, de ir más allá, de descubrir nuevas tierras, nuevos caminos? Siempre más allá de algo, de nosotros mismos, de la meta de un maratón, más allá de la orilla del mar que baña la cercanías de otro mar, Cristóbal Colón, Julio Villar, todos los navegantes solitarios del mundo.

Las cosas suceden como si a lo largo de la historia de la humanidad todo lo que ha inventado el hombre estuviera sustentado por la necesidad de dar salida a su inquietud, a sus miedos, a la necesidad de trascenderse a sí mismo en un pulso constante con/en la naturaleza. Para ello hemos inventado dioses, escrito la poesía que había de acercarnos a la esencia de la existencia, creado música en la que vertebrar y condensar nuestra sed de belleza y el deseo de sondear el mar profundo de nuestros deseos más íntimos.

Quizás la vida de Ueli Steck era eso, la íntima manifestación de crear un gran poema, una gran sinfonía que hablara de la vida y de su magnífica inutilidad; la necesidad de pintar un hermoso cuadro que contemplar con los ojos cerrado cada vez que se fuera a la cama. Vivo, he vivido... y mientras tanto los corredores y las rocas heladas de la norte del Eiger o del Cervino atravesando el fondo de la conciencia como una entrañable sonata que sonara en cada célula del cuerpo, que llenara cada rincón del alma del gozo de la propia existencia, clarinetes, violines, cellos, un flauta susurrando al oído: ah, la vida, las montañas, la roca cálida, el miedo, el cielo, la autoposesión; y poco después la irrupción de la arista cimera del Eiger bajo sus pies, y la carrera última para llegar a la cumbre y parar el cronómetro: dos horas y veintidós minutos, y sentir el estremecido gozo del corazón, sístole y díastole, sístole y díastole: esto es la vida. Arriba el cielo intensamente azul, alrededor Suiza y sus montañas, abajo en lo profundo del valle de Grindelwald, la gente corriente desayunado en los cafés, una familia buscando aparcamiento para su automóvil, un agente dirigiendo el tráfico. Otras maneras de entender la vida.



Miro el rostro de Ueli Steck en algunas fotografías de la red e intento penetrar a través de sus ojos en el recinto encantado de esa poesía que debió de ser su vida. Homero, Shakespeare se quedarían pequeños a su lado. Hay quien escribe versos o música con sus manos bajo el impulso de una pasión estética, pero ¿qué decir en este caso de quien escribe versos y sonatas con su propio cuerpo, con la concurrencia de todo lo mejor que tiene el hombre, sensibilidad, arrojo, fuerza, vocación, amor a la montaña, con esa generosidad de quien lo da todo, absolutamente todo, su vida, en pos de su arte?

Me conmueve esta mañana repasar las imágenes de este hombre en Google. Encuentro en su facciones y en aspecto tranquilo lo mejor de esa humanidad cuyo ser esencial es vivir acorde con uno mismo.

Hoy, cuando la mediocridad invade por todos los lados con sus manifestaciones de meloso sentimentalismo las redes, hablar de rotundas pasiones y de sentimientos nobles se hace cada vez más difícil. Los del montón, un servidor entre ellos, necesitados del reconocimiento de los demás, necesitados de aupar nuestro yo entre la barahúnda de la generalidad nos vemos obligados a recurrir a las fuentes, fuentes de la emoción porque se trata del genuino encuentro con la poesía y la propuesta de una vida feraz en su grado más extremo, para restituir los valores genuinos, los que representan la vida y la actividad de Ueli Steck en este caso, como referentes de lo puede merecer ser una existencia.



4 comentarios:

  1. Sigues poniendome los pelos de punta, gracias por hacer todas esas preguntas que nunca pude, ni consigo responder. Espero que en una andada del Navi me puedas dar alguna respuesta a nuestras aficiones verticales.

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  2. Uno de estos miércoles quiero volver a acompañarles. Estuve hace unas semanas con ellos en la del Alto de los Leones. Te aviso cuando vaya a ir por si coincidimos.

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  3. Un buen comentario de lo que fue un personaje excepcional!!

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  4. Un buen comentario de lo que fue un personaje excepcional!!

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