El Chorrillo, 16 de abril
de 2017
Me llega esta mañana por whatsapp
una foto de mi nieto sobre un prado en plena investigación de la primavera, una
hierba por aquí que mamá no me deja comer, un bicho con dos bolas negras y
patitas que arrastra una pequeña semilla de olmo, la caricia del sol, esa cosa
tan rica que me da en la cara produciéndome un gustito tan especial. Jo,
todavía no gateo, pero en cuanto aprenda se van a enterar hasta las cabras, le
siento decir, esas que dan tanto trabajo a mi padre y a mi madre. He oído decir
a mi abuelo desde mi cuna hablando de mí que la cabra tirará al monte. No sé
exactamente qué quiere decir eso, pero me suena a que un servidor podrá hacer
la competencia a las cabras en unos cuantos años. Sí, va a ser fantástico. De
momento, mientras llega ese día, aquí estoy, dedicado al estudio de la
naturaleza, esperando a que mis neuronas se pongan en orden, me enseñen a
hablar; cosas así. Sí, porque ahora mismito todavía soy un mocoso que necesita
estar colgado a la teta de su madre para estar a gusto del todo. Pero no os
preocupéis, ya estoy empezando a hacerme mayor, he comenzado a ir la casita de
niños por la mañana y ni siquiera he llorado. Es divertido eso de la casita de
niños, aunque el primer día ya me dieron un disgusto; uno de los niños mayores
me quiso quitar el sonajero y por poco me espachurra; había aprendido a andar hacía
poco y cuando se acercó a por el sonaja como un borracho tropezó en la manta
resbaló y, zas, se me cayó encima el bruto.
Manuel ha
trepado hasta el borde de una manta sobre la hierba del prado frente a su casa
y se dispone a inspeccionar el mundo que le rodea, y yo, abuelo boquiabierto
frente a los misterios de la naturaleza, frente a esta criatura que hace medio
año no había visto todavía la luz y que ahora contemplo descubriendo el
universo, los prados, las cercanas montañas, los pájaros, la sensación de calor
y frío, las pequeñas hormigas que corretean a su alrededor, las mariposas que
se posan sobre las briznas de hierba, los rostros de sus tíos, tías, padres,
abuelos, me siento como dentro de un enorme misterio llamado vida que no soy
capaz de descifrar. Andamos por la vida de acá para allá, nombramos las cosas
que nos rodean, asistimos a actos, realizamos un trabajo, crecemos, amamos, nos
apasionamos, nos entristecemos... todas esas cosas que suceden a lo largo de la
existencia, pero raramente caemos en el misterio de todo esto que llamamos
vida. En cierta ocasión en que yo acostumbraba a salir a caminar por los
alrededores de mi casa a las cinco de la madrugada, recuerdo que imaginé al
padre de Manuel, mi hijo Mario, en la solitaria estancia del útero materno.
Éste era el monólogo que se traía entonces mi hijo mientras flotaba cómodamente
en el líquido amniótico del vientre de su madre:
"Hoy he
atisbado que alguien me miraba desde el otro lado de este baño gelatinoso en
donde floto; era un presentimiento, una superficie fría y cilíndrica recorría
el vientre untuoso de mi madre, como si alguien que viviera en el piso de
arriba tratara de seguir unos pasos aplicando el oído al suelo, una especie de
aspirador que recorriera el perímetro externo tratando de detectar mis
movimientos, el tac tac de mi incipiente corazón. Ha sido como despertar de un
largo sopor. Ciego, aislado como estoy en el silencio líquido en donde floto,
parezco estar saliendo de mi quietud habitual, lo que siembra en mí una débil inseguridad
que me recorre el cuerpo como un suave cosquilleo; estado de expectación y
curiosidad después de ese largo periodo de somnolencia en que he pasado tantas
semanas de abandono y espera; la somnolencia que siguió a mi gestación, la
débil luminosidad que atravesó mis primeras células, como una tenue estrella
fugaz salida de la nada de la noche cuyo rastro dejara impreso en el espíritu
un susurro de hojas, terciopelo, algo todavía intangible que rondara la incipiente
constatación de empezar a ser una vida más en algún universo todavía por
concebir en la estrecha cavidad de mi pensamiento. Porque desde dentro de mi inquietud
comenzaba a ser consciente de que algo debía de existir a mi alrededor más allá
de la oscuridad y de la viscosa sustancia en la que flotaba; fue así que
imaginé que al otro lado de la oscuridad y del silencio se movían otros seres,
otras sustancias, acaso un medio más sutil en donde en algún momento podría
desplazarme libremente. Después de la experiencia de la mañana tengo curiosidad
por saber qué hay más allá y qué sucederá conmigo en los próximos días; tras
aquella sensación de estar siendo observado, ese presentimiento de unos ojos
que escrutaban a través de la distancia mis constantes vitales, siguió la paz
habitual, ese ligero vaivén como de alguien que estuviera flotando en una cuba
de vino."
La vida,
como el fuego de una antorcha que pasa de uno a otro soporte sin consumirse,
pero dejando atrás las cenizas sucesivas en las que fueron prendiendo a lo
largo de los años otras existencias; mi bisabuelo muerto que pasa la llama de
la vida a mi abuelo fallecido; y éste a mi padre. Todos ellos muertos, pero
encendida la llama que pasó a mí, que pasó a mi hijo, que pasará a nuestros
nietos y biznietos. Y yo me iré y se
quedarán los pájaros cantando, pero la llama de la vida, nuestra vida en
cierto modo porque en la nueva vida vibrará parte de nuestro yo y de nuestros
ancestros, seguirá prendiendo y prendiendo... ¿Qué mayor misterio que éste de
morir y seguir viviendo en la sustancia de otro ser?
¿Y qué mayor
misterio que ser concebido y, ciego y aislado en útero materno, sentir los
latidos del corazón de la madre, el frío dispositivo de un estetoscopio?, ¿y la
incógnita de nacer?, ¿y qué mayor misterio ver ahora a mi nieto nacido, cierto,
según un perfecto esquema biológico cargado de razones lógicas, pero que en
esencia mi cerebro no necesita comprender, gatear por la hierba a la caza de
una hormiga, ajeno totalmente a todos esos perifollos que nos montamos los
humanos haciendo de la vida algo complicado, pero seguro de sí mismo, ya mismo,
de las pequeñas esencias de la existencia: el calor, el frío, la naturaleza, el
acto de comer y defecar, la paz de yacer en el regazo materno, el calor de otro
ser humano rozando su piel, la dicha de descubrir el universo que le rodea, el
gusto de aprender cosas nuevas, el placer del juego y de satisfacer la
curiosidad?
Así que ahí
está Manuel en medio del misterio que me rodea esta noche, una de las cosas más
incomprensibles del mundo, apenas aterrizado de la nada creciendo día a día,
aprendiendo, haciendo amistades con los insectos de un prado. Sí, todos hemos
estudiado alguna vez biología, pero eso no explica realmente la existencia de
un nuevo ser a un abuelo que mira con ojos de plato con profunda admiración
este misterio que es vivir.
De la muerte del ego nace la eternidad. ¿Que somos más? ¿Cabra o rebaño?¿Instante o camino?
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTamaño laconismo desfragmenta mis entenderas. Desde Hegel llegar a la síntesis ha sido objeto esencial del pensamiento. :-)
ResponderEliminar