El Chorrillo, 29 de
abril de 2017
Lo vio al final del sueño décimas de segundo antes de que el
despertador sonara. Subía corriendo por la línea de la pendiente de una ladera
pedregosa por medio de la cual se desparramaban las aguas de un arroyo. Decidió
seguir corriendo por su cauce. Era una mañana gris, al filo del alba, muy
parecida a la que despertaría ya mismo. En aquel momento sonó el despertador. El
agua chapoteaba en el tejado de la choza. La imagen del corredor enfrentándose
a la pendiente desapareció. Se incorporó en la cama. Veía con dificultad a
través de las legañas; todavía el catarro, pensó. Hacía frío. Alcanzó los
calzoncillos sobre el radiador, los calcetines, la camiseta sobre la mesita de
mimbre, el pantalón. Salió a la intemperie. Lloviznaba, los geranios y las
clavelinas chinas que había plantado frente a la choza el día anterior eran una
bonita mancha de color en el taciturno lienzo de Mantegna que ofrecía la
mañana. Un gorrión picoteaba el alpiste en el comedero de la acacia, dos mirlos
hacían lo propio en el prado recién segado a la búsqueda de lombrices de
tierra. No, el ruiseñor no cantaba esta mañana. Tintineaban sí, como
campanillas afónicas las hojas péndulas del álamo blanco de enfrente.
De golpe la pereza de los días anteriores había desaparecido
por ensalmo y ahora podría haber echado a correr bajo la lluvia sin ninguna
dificultad. Alguno de los fluidos internos
se había derramado en su cerebro con una consigna imprecisa pero
contundente; la consigna era clara, sal de inmediato de entre las sábanas,
después veremos. Subió a la casa, estuvo un rato en el cuarto de baño y cuando
volvió a la intemperie todavía no sabía qué hacer, si seguir el curso del sueño
trepando por aquella montaña a zancadas en un esfuerzo por arrancar de sí mismo
una fuerza que había desaparecido en los meses anteriores postrándole en una
comodidad demoledora o emplear simplemente esa fuerza en el curso de alguna
tarea cotidiana. De momento decidió lo segundo, ya tendría tiempo a lo largo de
la mañana de cambiar de escenario si llegara el caso.
La tarde anterior lo había escrito en un folio con letras
mayúsculas: tienes un problema serio contigo, la pereza te está comiendo hasta
los higadillos. Junto a ello hizo algunas anotaciones más. Se había despertado
de la siesta con los músculos desmadejados pero haciendo un esfuerzo notable
había logrado incorporarse, había buscado unos folios y recurriendo a un método
que no usaba desde su adolescencia había decidido cubrir el blanco del papel
con lo que suponía eran los males que le estaban acorralando estos días. Trató de
mirarse de frente con objetividad durante un rato. De ahí surgió la
determinación de pegarse un madrugón a la mañana siguiente. No sucedió nada
más. Ahora, sentado ante la lluvia de una mañana fría de abril, se
enfrentaba a un folio en blanco que estaba pidiendo ser rellenado de alguna
manera; un ejercicio de autoafirmación, vamos, escribe, le dictaba su interior.
Al menos quinientas palabras más; esa era la consigna de Bradbury de su último
ensayo, imponerse un trabajo así era similar a emprender una carrera por los
alrededores de un par de horas. Ver qué surge de la carrera, comprobar qué
termina apareciendo sobre el blanco del papel.
Los gorriones desayunaban inquietos como siempre posados en la
ventana del comedero. Comprendió enseguida que hubiera sido mejor optar por
subir corriendo la montaña del final del sueño, pero también eso era ilusorio,
aunque sólo fuera porque la rótula de la pierna izquierda hace años que le
impide hacer tales cosas; el asunto de correr había quedado postergado hacía años
para otra reencarnación. Quedaba contemplar la mañana, hoy sin el perfil de
Gredos al fondo que le sugiriera una escapada, un lejano recuerdo. Más allá del
grupo de los olivos, el campo aparecía envuelto en la niebla, mustio, como
abandonado a su suerte en una soledad de invierno.
Torcer la realidad y hacer de la mañana un cuento de hadas
estaba fuera de su alcance. Cuando la paleta de los colores ha ido reduciéndose
a unos pocos matices en donde los grises con alguna que otra perla en forma de
gota de agua colgando de las hojas son abrumadoramente mayoritarios, no es
fácil extraer de ellos una pintura profunda y hermosa; el esfuerzo que se requiere
en tales ocasiones es, acaso, descomunal, pese a que espíritus emprendedores,
sea Carlos tratando de escalar el Dhaulagiri o Bauman escribiendo
interminablemente sobre la compleja realidad, rocen con las yemas de sus dedos
el cielo en la plenitud de su edad madura. No es desencanto, es la perpetua
lucha del hombre consigo mismo, unas veces tratando de superarse, otras
zozobrando en aguas de la pereza, las más tratando de abrirse paso en la
existencia sin equivocarse en exceso.
Entre la niebla, lejos, mira el trazo de un camino por el
que ha trotado cientos de veces hace una década. De noche, lloviendo, en
invierno, en pleno mediodía del mes de agosto. Cuando correr un maratón era la
pasión que llenaba cada célula de su cuerpo. Pero deja el camino y los
almendros que lo acompañan y ahora echa un vistazo a los subrayados de un
librito de Séneca que tiene sobre la mesa; Sobre
la brevedad de la vida, dice el título. El subrayado último es de hace días:
"No hay motivo para que pienses que alguien ha vivido mucho porque tenga
canas y arrugas: ése no ha vivido mucho, sino que existió mucho". Y añade
irónicamente: "Sería largo enumerar uno por uno a quienes consumieron su
vida jugando a las damas, a la pelota, o tostándose al sol... Por el contrario,
somos guiados hacia las cosas más bellas y sacado de las tinieblas a la luz
por un esfuerzo ajeno". Por el esfuerzo ajeno y el propio, le oigo añadir
a él para sus adentros. Por el esfuerzo, por el esfuerzo, repite como un eco
con la vista fija ahora en el prado, los árboles, la leña apilada frente a la
choza. Por el esfuerzo.
De hecho lo que está haciendo mi personaje es un ejercicio
de sugestión. Entiende que la cosa no es fácil, que tendrá que levantar
barricadas contra la pereza durante todo lo que le queda de vida aunque sólo
sea para ser guiado así hacia las cosas bellas, para ser sacados de las
tinieblas a la luz por el esfuerzo.
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