Ama tu caos


El Chorrillo, 7 de marzo de 2017

"El escalofrío es lo mejor
 que tiene el hombre" (Fausto).


Pareciera que de todas las cosas que vemos o sentimos, palabras, ideas, actos, hubiera algunas que tuvieran la facultad de llamar nuestra atención con una fuerza especial. Hace días, en la cuenta de un compañero de Facebook, tropecé con una idea que enseguida quedó flotando en el aire de la tarde como una campanilla destinada a llamar mi atención. Ama tu caos, decía la cita, y remitía al título de un libro de Albert Espinosa. Al día siguiente tenía el libro entre las manos. Al protagonista le quedan uno pocos días de vida y emprende un curioso viaje hacia el Gran Hotel, un extraño lugar donde había de morir. En ese lugar se desarrolla el grueso de la novela.

Ama tu caos, ama tu vida, ama lo que haces y no demores porque el tiempo es ahora. Días atrás, mientras caminaba por las tierras de Extremadura, había citado en un post a Jacques Prevert:

Plus tard il sera trop tard.
Notre vie c'est maintenant.

No sabía muy bien a qué se refería Espinosa cuando decía: ama tu caos, pero debía de investigarlo y para ello leer su libro; presuponía que algo tenía que ver con los versos de Prevert; también con aquellas palabras de Edgar Morin en su obra El hombre y la muerte: "El carpe diem  no es expresión de un simple gozador, sino una llamada del Eros individual a todas las fuerzas profundas del ser humano para que abrace el día y se emborrache de luz". Me parecía que rastreando el libro de Espinosa podría encontrar algo de esta idea esencial en un momento tan especial en que al personaje, de algún modo el autor mismo frente a la tesitura de las cercanías de su propia muerte, debe de investigar y dar vida a esos momentos finales en un relato de ficción avalado por la propia experiencia.

Escribir sobre estas cosas en el tiempo de la edad madura, cuando la música empieza a repetirse con excesiva reiteración o cuando las cosas empiezan a ser lo que son y no lo que soñaste, cuando la poesía deja de ser poesía para transformarse en prosa, parece el ejercicio de impostación del que contra viento y marea trata de sustraerse a la erosión de los años recurriendo a un vitalismo racional que carece de una frescura altamente deseada pero que cada vez se resiste más a celebrar las cosas de la vida con ese entusiasmo que tanto echamos de menos. A Espinosa le diagnosticaron a los catorce años un osteosarcoma por el que tuvieron que amputarle una pierna. "Sufrió metástasis y también fue necesaria la extirpación de un pulmón (16 años) y parte del hígado (18 años). En total, pasó diez años en hospitales (de los 14 a los 24)". Lo leí en la Wikipedia y esa experiencia fue suficiente para que me animara a leer su libro. Cuando me meto en estas lecturas tengo la sensación de quien tratara de renovar el aire de la habitación en la que anda encerrado desde mucho tiempo atrás; acaso busco la frescura, la sabiduría también podría decir, de aquellos a los que la vida ha puesto a prueba hasta el punto de hacerles beneficiarios de un conocimiento existencial del que el común de los mortales carece.

Parece que era la muerte la que estaba en juego, la muerte, la actitud ante ella, su capacidad para ahondar en el conocimiento de uno mismo y de nuestros semejantes. Ayer había relatado en este mismo blog una experiencia de los años del final de mi  adolescencia, durante mi primera salida invernal a la sierra, que a punto estuvo por terminar con mi vida. Reviviendo aquellos momentos mientras escribía, sentí que una extraña sensación de gozo de reconocimiento de mí mismo me subía por alguna parte del cuerpo. Uno es lo que es en relación a muchas cosas pero esencialmente a las dificultades que ha tenido que superar, a las experiencias que ha vivido, y de hacer caso a Hegel, referido por Morin en el libro que citaba más arriba, añadiría: "Sin riesgo de muerte, la conciencia individual no puede adquirir el temple que le es propio, es decir, afirmarse. Puede decirse entonces que dados los peligros de muerte que implica toda vida que merece ser vivida, aquel que trate de evitar al máximo el riesgo de muerte que implica toda vida que merece ser vivida, aquel que trate de evitar al máximo el riesgo de muerte para conservarse vivo el mayor tiempo posible no conocerá nunca la vida; el miedo o la mediocridad impiden vivir. Vivir es asumir el riesgo a morir." Esto es alejarme un tanto del libro de Albert Espinosa en donde el riesgo es sustituido por la inevitabilidad de la muerte próxima, pero me vale. Dada la historia personal o el ambiente en que pasé mi juventud de práctica de la escalada y actividades de alta montaña, de un modo u otro la muerte era un elemento que no dejaba de estar presente enquistada en la actividad que con tanta pasión practicábamos. Quizás precisamente por ello, las experiencias vividas, las vidas que tantos amigos dejaron en accidentes de montaña, promovieron en aquellos que practicábamos esta actividad un conocimiento, no racional, pero sí vivencial, tan candente que cuando uno se acerca a este asunto, la muerte, piensa que ya está de vuelta de muchas cosas, que ha hecho un camino sin cuyo recorrido sería otra persona. Haber perdido a tu amiga amante en una pared de los Alpes, haber pasado por momentos de extremo peligro, te sitúa en unas condiciones de afirmación de tu propia conciencia individual que raramente una vida corriente puede aportar. Probablemente si la experiencia personal de Espinosa entre los catorce y  los veinticuatro años hubiera sido otra, mi afición de lector no se habría detenido en este autor. Me importan los libros, pero me importa y mucho la experiencia personal que aportan a la literatura la vida de las personas.

No sabía bien lo que significaba aquello del caos, pero me gustaba. La historia la seguí durante un día y medio. Al fin, en uno de lo últimos capitulo apareció aquella esperada expresión. No esperé a terminar el libro. Nada más finalizar el capítulo sentí la necesidad de escribir estas líneas. "Ama tu caos" se refería especialmente a lo que te hace diferente, "lo que la gente no entiende de ti o lo que desea que cambies". "Él pensaba que cada día que amáramos nuestro caos, deberíamos lanzar un globo azul gigantesco para que el resto del mundo lo supiese. Debes compartir esa aceptación del caos. Él creía que sería bello y caótico levantarse un día y encontrar un cielo lleno de globos azules. Si amas tu caos, acabarás descubriendo que las respuestas jamás te las dará este mundo, sino que están dentro de ti. Me daba cuenta de que deberíamos amar nuestro caos, aquello que nos hace únicos, en lugar de domarlo... La muerte da conciencia y rezuma vida. Allí están todos los resortes que nos apasionan...Me di cuenta de que sólo debes decidir cómo quieres vivir en este mundo. Se trata de inventar de nuevo la rueda, el fuego, la música, el canto… De aceptar el dolor y la tristeza. De no formar parte de ninguna regla que den por establecida". Muy hermoso todo esto.

Por sí sola la biografía de una persona, la de un escritor en este caso, que ha pasado por experiencias que lo han tenido a un palmo de la muerte por tanto tiempo, por fuerza tiene que destilar algún tipo de fuerza fresca, seráfica que se desprende precisamente de esa cercanía, del sufrimiento, del constante dolor y de la lucha por vivir. Toda persona que ha vivido una vida de riesgo extremo, de enfrentamiento con la muerte, ha tenido que ver crecer en sí una sabiduría que lo pone por encima del resto de los mortales. Los que tratamos de comprender la vida no tenemos nada que hacer si no hemos tenido una larga confrontación con la muerte sea  por nosotros mismos o por una experiencia cercana de seres muy queridos, muy cercanos. Comprender algo de la vida significa siempre haber tenido junto a la seguridad de la cotidianidad alguna experiencia cercana que nos muestre que nuestra existencia siempre es una posibilidad en medio de la nada.

La muerte nos purifica.

La acharolada brillantez de la hierba húmeda frente a mi choza, iluminada por la débil claridad de una bombilla de sesenta vatios, da a los alrededores de mi choza un aire de estremecida soledad. El queso de la media luna se abre paso entre los brazos desnudos de los olmos; Orión, un tanto deslucido, abre los brazos sobre este pequeño mundo de mi bosque particular. Un ligero escalofrío recorre mi cuerpo.


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