Gredos, Pedriza y Galayos: un daguerrotipo







El Chorrillo, 23 de marzo de 2017


Garra. Es el título de un ensayo de Bradbury que he abandonado para escribir estas líneas. Ser una criatura de fiebres y arrebatos le parece al autor la clave para escribir algo que merezca la pena. La cosa no da para tanto pero… Al hilo de la lectura por mi mente pasaba en este momento la imagen de un piolet de antaño; estaba en el perfil de un compañero del Navi. Un piolet. ¿Y qué? Él escribía unos versos (aquí), una simple herramienta de monte había conseguido poner en funcionamiento sus neuronas hasta llenar sus dedos una cuartilla llena de nostalgia y de agradecimiento . Probablemente estaba mirando distraídamente la tarde y de golpe pasó un ángel que le trajo el regalo de un tiempo lejano en que los sueños tenían el perfil de una montaña, la aureola de un valle recóndito o acaso el brillo de un corredor de nieve que más allá de la rimaya se perdía vertiginoso en las alturas con su promesa de felicidad. Esos años en que la felicidad consistía en soñar de lunes a viernes con el cálido contacto del granito, con las chovas revoloteando siempre alrededor de las cimas de los Galayos, los buitres describiendo amplios círculos sobre el Callejón de las Abejas en Pedriza, el silencio perturbador junto al vivac de la helada laguna Grande de Gredos mientras las siluetas de Los Hermanitos desfallecían allí arriba de soledad y silencio.

Original, Manuel Hoyos
Vete a saber lo que pasaba por la cabeza de Manuel Hoyos ante la vista de su viejo piolet. Me dicen que en estos días son legión los visitantes de Gredos. Mucha gente, acaso demasiada. A veces se me ocurre la peregrina idea de no volver más a Gredos. Son tantos los recuerdos entrañables, esos que con tanto cariño se pasean en esta edad madura por mis pensamientos, que miedo me da que la imagen del pasado, y todo lo que mi memoria guarda como un tesoro y que la pátina del tiempo ha enriquecido como si de un viejo cuadro de Rembrandt se tratara, se vea deslucido por una realidad que ya no es la mía. No siempre los reencuentros son un bien añadido. Y conste que no creo que sea el único que respira de tal manera. Desde que se inventaron las redes sociales uno tiene la oportunidad de ver de continuo por donde respiran/respiramos muchos compañeros que cuarenta, cincuenta años atrás preferían un fin de semana con la montaña a la novia. Los aficionados a recordar viejos tiempos con daguerrotipos de su época gloriosa son montón. Cuando miro sus fotos, o leo en sus textos el entusiasmo con que muestran su pasado con la montaña, tengo la impresión de ese Gredos, Galayos, Pedriza, Pirineos han dejado de existir, o mejor, que existe, sí, y con una fuerza mucho mayor que las que pueden mostrarnos, por ejemplo, las fotos de ayer mismo de Gredos que de Tomas Meson o An Rima nos muestran en Facebook. Existen de otra manera.

Mi primer vivac en Gredos en invierno allá por el años sesenta y seis o sesenta y siete con un saco de tres cuartos porque todavía no había ahorrado para un Pedro Gómez, ¿quién podría decir que la calidad de ese recuerdo tan vívido después de medio siglo es algo cuyo rastro se pueda encontrar si un día de estos me acerco a la Portilla del Crampón; o de ese otro recuerdo querido escalando con Javier Mayayo un años después una madrugada de muchos grados bajo cero la helada pared del Cuerno del Almanzor, o aquellos tres días de la integral invernal del Circo?

Es cierto que Gredos o Galayos siguen existiendo, o la Pedriza, pero lo cierto es que querámoslo o no, “nuestros” Galayos, “nuestra” Pedriza o “nuestro” Gredos distan mucho de lo que hoy nos muestran los ojos. Las cosas del alma, de la memoria, conjugan a veces mal con la realidad del presente. El vino añejo no en vano ha fermentado y envejecido durante años en algún oscuro rincón de alguna bodega.

¿Que qué le añade el tiempo a nuestras montañas más queridas? Bueno, que le pregunten a un catador de vinos sobre la influencia de los años en los mejores caldos. Pues así con las cosas del monte. También cuenta los objetos, las prendas, todo lo que nos acompañaba en nuestras escapadas. Si Manuel Hoyos tiene un arrebato arrebato poético a costa de su viejo piolet, qué no guardaremos los demás de sano reconocimiento por un viejo jersey remendado con coderas de cuero y refuerzos en el cuello para la cuerda del rápel, por ejemplo; por ciertas gastadas botas con las que etc., por una tienda que me protegió de las lluvias y las tormentas durante dos décadas y que un día abandoné en un valle de los Alpes; por una cuerda que al final quedó trabada tras un rápel en la Crestas del Diablo; por unos viejos esquís con los que hiciste las primeras travesías; por un saco de dormir que te abrigó sobre tantas cumbres del Pirineo, sobre la cima del Naranjo de Bulnes.

Una de los más fantásticos regalos que los años nos deparan es la posibilidad del ejercicio de la memoria, el sabor añejo de nuestra propia vida gastada en soñar y llevar a cabo nuestros sueños. Si a lo que hicimos le añadimos nuestros inestimables compañeros de viaje o ese simbólico piolet de los tiempos de María Castaña la cosa está bordada.

Decía al principio que estaba leyendo a Bradbury, precisamente en un punto donde se decía: “El primer deber de alguien que quiera escribir algo es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavara zanjas”. No es difícil que la fiebre y el arrebato hagan acto de presencia cuando de lo que se trata es despertar la memoria de los tiempos en que Gredos o la Pedriza eran el Dorado de los años jóvenes.

En la choza, dormida a mis pies, mi perra ronca como un gordinflón harto de cerveza; es buena compañía pero esta noche hubiera agradecido junto al fuego de la chimenea la presencia de algún colega con quien compartir retazos del pasado.


3 comentarios:

  1. Felicidades tanto por esta entrada como por otras anteriores que he podido leer. La Pedriza,Galayos... Gredos?... tal vez quede aun un Gredos con capacidad de sorprender en este siglo XXI... Un Gredos aun no explotado por el alpinismo y la literatura. Te hablo de un Gredos donde rejuvenecer a base de estricta soledad y nuevos encuentros... espera un par de meses, otro Gredos està a punto de surgir para el alpinista, lo hará a modo de guia en papel y para al que lo acoja, ayudará a descongestionar mentes y ampliar horizontes. Gracias por tus escritos y saludos cordiales. David

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  2. Gredos, la Pedriza, Galayos.... No han cambiado , somos nosotros, subo a la Peña del Mediodía, solo, con la compañía de mi perro y algunas cabras a lo lejos, mientras, el camino a la laguna parece una romería.

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  3. El paisaje interior, Francisco, el de la memoria, raras veces coincide con el físico. Cuando uno recuerda sentando frente al atardecer, y yo lo hago desde mi cabaña con la vista al fondo de Gredos cada tarde, la relación que tienes con las montañas es muy peculiar, forma parte de tu piel, de tu historia. A ese paisaje me refería. También es cierto lo que dices, la última vez que subí a la Covacha desde La Vera, desde el amanecer hasta que se hizo de noche a la vuelta no encontré un alma.
    Uf, miedo me da, ¿sabes David? Tengo un amigo al que gusta "explorar" la Pedriza, que ni se atreve hablar de sus correrías en las redes porque dice que lo mismo "los otros" se enteran y en el futuro deja de disfrutar de la soledad de que ahora tanto gusta. Hace muchos años que no voy a la zona de la Laguna, pero sí visito otros rincones del sur o el entorno de Cinco Lagunas y Bohoyo, siempre sin encontrarme con nadie. De todos modos es imprescindible que compartir rincones de nuestras montañas para que todos podamos disfrutar de ellas, y Gredos, en su conjunto, parece mentira, está realmente sin explorar. Lo jodío es la masificación que lo marchita todo a la larga, un mal que cada vez tiene menos remedio. Le deseo una buena singladura a tu libro. Un saludo.

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